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Camila

La intensidad y exquisitez de una pasión,  no dependen del valor del objeto amado, sino del de la persona que ama. (De Bruix)

Hay personas que no se enamoran nunca, y no son pocas, no se vayan a creer. A esta y otras conclusiones llegué en el año 96 después de leer una obra divulgativa sobre las certezas conquistadas por la ciencia sobre la química del amor y del apego. Hay personas que no se enamoran nunca y hay personas que se enamoran poco o por poco tiempo. También, aquellas a quienes sólo la maternidad con su monzón de oxitocina y vasopresina proporciona las sensaciones de estar enamorado y de no poder prescindir del contacto de los hijos. Es, precisamente, este contacto con la persona o persona amadas el que estimula la secreción de las sustancias bioquímicas para que la vinculación prosiga durante meses o años, en tal medida que la separación provoca cuadros de ansiedad similares a los propios del síndrome de abstinencia. Quizás, alguna de las claves del colecho estén detrás de la necesidad de asegurar una producción suficiente de las hormonas del apego en quienes padecen un déficit de fidelidad amorosa.

    Hay personas que no se enamoran nunca, pero esto no significa que no se emparejen, se casen y formen familias duraderas. Lo que puede ocurrir, y de hecho ocurre, es que estos liberados del amor pasional, en vez de ser utilizados por el instinto imperioso del celo, lo utilizan como una variable más de sus cálculos y utilizan a quienes lo padecen, si por fas o por nefas caen en sus brazos, sin la menor compasión. El amor romántico correspondido sabe a gloria, pero el que no obtiene respuesta o, si la obtiene, sólo recoge desaires se convierte en una desgracia.

    No hay nada del otro mundo en el hecho de enamorarse o no, todo está en éste. ¡Dios mío, cuántos siglos tocando la gaita del amor! Otro atributo divino que hemos arrebatado al Elíseo. A medida que nos vamos convirtiendo en dioses, cedemos magia y locura, y lo hacemos antes de saber qué las reemplazará. Si en los tiempos del Génesis nos expulsaron del Paraíso, a medida que se acelera la Historia nosotros mismos procedemos a mudar la camisa vieja del instinto, que se abrocha con servidumbres, por un traje biónico. Testosterona, progesterona, estrógenos, dopamina, feniletilamina, serotonina, noradrenalina, norepinefrina, oxitocina, vasopresina, endorfinas: las sustancias que intervienen en el deseo sexual, el enamoramiento y el apego. Antes de amar, hágase un chequeo y pase por la rebotica a proveerse de bebibles de pasión o de indiferencia calculada. Si quiere ser madre, esposo o esposa, lo mismo y acaben las vanaglorias. Madre no hay más que una y esa es, por lo pronto, la madre naturaleza, la superiora del convento; las siguientes en categoría son delegadas de producción que incorporan un libro de instrucciones básicas autoejecutables y un juego del Quimicefa. No sé qué va a ser de la lírica a este paso. Cada vez sabemos más de cómo se cocinan nuestras conductas, lo que no impide – cerriles son los potros – que en la práctica sigamos siendo los mismos, este que les habla, el mismo incauto.

    Aprender que hay quienes no se enamoran me iluminó. Empecé a comprender mejor mis meteduras de pata. Soy consciente de que estoy perdido, si me enamoro de alguien que acepte mi regalo sin la capacidad de regalarme a mí. ¿Qué debería hacer, operarme, retirarme de la berrea? Sé arrepentirme, pero también sé que mi propósito de enmienda va a ser burlado la próxima vez. Sólo la enfermedad de la melancolía y la pobreza me retraen. Tendréis que verme recuperado. Me da igual que Valle Inclán le recetara a su don Juan Manuel de las Comedias Bárbaras la sentencia: «Viejo enamorado, corazón enlutado». Cuando me recupere, volveré a tumba abierta. A este mundo hemos venido para amar y reproducirnos; aunque sea de salón, los viejos estamos para dar ejemplo.

Bajo los auspicios de lo falso, nos encontramos aquella tarde noche en Madrid Camila y yo. Yo representaba a la falsa persona halagada por la invitación a un acto cultural tan exclusivo.

Un encuentro casual

    Camilla no tenía muchas letras, lo sé porque en cierta ocasión, cuando cayó en la desgracia de tener que trabajar en jornada vigilada y a salario mínimo interprofesional, le facilité el trámite de justificar estudios ante la empresa que podía contratarla falsificándole un título de Graduado Escolar. En cambio, sí tenía números de seis cifras en la cuenta corriente y los hacía a diario con la calculadora, no por torpeza, sino por eficiencia. Sabía las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir y sus inferencias en la vida práctica; qué significaba umbral de la pobreza y por cuánto había que multiplicar una pensión de orfandad paterna para cambiar el emplazamiento a otros umbrales con portero de finca urbana y ascensor de servicio. El día de su Primera Comunión le llevaron a ver la película Lo que el viento se llevó y se quedó con la frase de la protagonista, (Scarlett O’Hara) una de las más famosas del centón cinematográfico de frases anodinas: A Dios pongo por testigo, que no volveré a pasar hambre.

    Camila pidió informes de mí, no sé a quién, me lo imagino, sería a una de esas agentes de mentidero en que nos transformamos, unas con verdadera vocación correveidile, y otros porque nos dejamos tirar de la lengua a cambio de una chocolatina. Está suelto – le reportaron – Lleva suelto dos o tres años. ¿Trabaja? Sí, para Seur, es autónomo y tiene furgón propio. Importante, que trabaje es importante. ¿Y dices que vive en Madrid? Sí, no en Madrid capital, pero cerca, por la carretera de Burgos. ¡Ah, mira, como yo!

    Todo estaba dispuesto para un encuentro casual. En este tipo de intrigas se conjura a los hados del azar y se les pide que provean casualidades. No por mucho llamarles, acuden con la presteza y acierto que uno quisiera. A menudo, hace falta darles un empujoncito o, expeditivamente, sustituirlos nombrando muñidor de casualidades a una prima inter pares que habilite algo. Nadie ha ponderado lo suficiente la utilidad trasera que puede extraerse de la diplomacia de primos, una diplomacia que abre canales de comunicación por torrente sanguíneo, abierta al intercambio, que confía más que recela, que hace más felices los encuentros y que olvida antes las infidelidades. La fortaleza de una familia se mide por la capacidad de movilización de sus primos, carnales y políticos, primeros y segundos. Y el que no tenga un primo al que pueda disfrazar de casualidad le pasará como al que tiene un primo en Alcalá,  que no tiene primo, ni tiene ná.

    He aquí a un primo de agencia, miembro de la comunidad Bahaí, que presenta una novela gótico flamígera en una librería de lo gótico y lo bahaí, un día y a una hora en que entrábanos todos en conjunción con lo falso: una falsa religión, un falso estilo literario, un falso escritor, una falsa damisela y una falsa coincidencia. Bajo los auspicios de lo falso, nos encontramos aquella tarde noche en Madrid Camila y yo. Yo representaba a la falsa persona halagada por la invitación a un acto cultural tan exclusivo. Me convenció una prima del primo, prima carnal de ambos – él y yo, sólo políticos – con la promesa de que después nos iríamos de francachela por las tabernas del barrio de Las letras, cómo no. Poco más que reseñar, una velada de huevos revueltos en Casa Pruden, huevo de gallina, huevo de caimán (del Eúfrates bahaí) huevo de serpiente, huevo de pavo, huevo de cuco, y mucho aceite; una velada de empacho, insulsa y babilónica. Lo único que obtuve en claro fue que Camila estaba divorciada, que tenía una niña de seis años, una empresa de construcción con doce obreros tabicadores, los de la Última Cena; vivía en un chalet de Ciudalcampo, y ¡Hola, qué tal! Hace mucho que no nos vemos. Pues tantos años como tiene mi hija y alguno más. No has cambiado, te veo muy bien. Tú, en cambio, estás mejor, en más mujer. Con la prudencia galante que se supone entre dos personas adultas que tienen asuntos más prioritarios en qué pensar, nos cruzamos nuestros correos electrónicos. (sigue)

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