La Melancolía

La melancolía suena a melancolía, es una palabra poética porque suena a lo que es, pero también es hasta cierto punto esotérica, atrapa en su música al hipersensible; por eso, si alguien así ajeno a su significado, ajeno incluso al sentimiento melancólico, la repite saboreándola un número adecuado de veces conseguirá acabar postrado en ella. La melancolía, ya se sabe, es un vaivén del humor que culmina en espina de rosal o dorsal, en un agudo sentimiento de desconsuelo; es un vaivén que reverbera alzando la mano hacia lo inalcanzable: la felicidad plena cuya exigua existencia provoca la melancolía y su vaivén de dolor. El alma defiende el cristal de sus ventanas con los brazos para que la bofetada de la tristeza no rompa nada; que sólo aturda. En su polo positivo, el electrochoque de la melancolía apenas si despierta una ansiedad de animal herido que prefiere la espesura a revolverse.
Melancolía, la alegría de la tristeza, el pálido brillo de lo inmundo, la belleza tiznada de una estancia sórdida entre dos luces, el llanto salobre que nos enjugan otros labios, la mano febril tendida, el mismo sudor a doncella en la niña exánime cuyos cabellos dorados e incorruptibles descuelga el columpio de los enterradores. Melancolía, la esperanza de los desdichados, el espíritu del vino que por emulación mística trasudan los borrachos, el rostro contra el barro que clama venganza, la saliva de lágrima que limpia los berretes y cura las mataduras; el escondite, el ovillo, la hilandera; melancolía, la madre; melancolía, defiéndete; melancolía, llora conmigo, pero así, quedamente. No estás conforme; ataca entonces con tu cuchillo de sollozo mellado de rabia.
Déjate dormir, melancolía, tu imperio que es de profundidades agota, échate en el sueño, simula morir aunque a la mañana siguiente la aurora regrese con su impostor en los brazos, y al descorrer las cortinas transformes el fogonazo luminoso del día en un puñado de papelitos en blanco, pronto y sólo balbuceos, si abro la ventana a la garganta de las calles silenciosas.
Al menos, la melancolía protesta, porque la depresión que se ofrece como naufragio duradero ya no reclama para sí ningún remedio, se deja morir.
El columpio tiene una ida de vértigo y una vuelta de resaca, y tiene una excitación de aire en la cara que no tiene la melancolía. El columpio de la melancolía es aquel que oscila solo cuando ya no queda nadie en el parque; montarlo a ciegas marea. El vaivén de la melancolía lo aprende el niño al que nadie va a empujar, pero qué diestro se vuelve dándose él mismo, llega hasta lo más alto, llega allá donde muy pocos llegan, les mire o no la cámara de un teléfono celular, allá donde el asiento eyecta al ave de la melancolía. Miradlo. ¿Nunca lo visteis volar? Las aves de la melancolía trinan espinas de acacia y disputan a ver cuál de ellas escupe más lejos, se anuncian, quisieran hablar pues nada viaja en el viento más rápido que una voz, nada es más libre a vista de pájaro que el estampido de una escopeta. Los cazadores matan su melancolía a escopetazos. Si acaso, tal vez bajarán una tórtola o una malviz, y de vuelta a casa, en la frontera del soto, la coral de los cantos de río disipará la melancolía.
¡Qué hacer con la melancolía, Dios! La doman las orquestas a partir de los violines, y cómo pasa de sección en sección agitada por unos y por otros, ofreciendo el todo a un auditorio que melancólicamente se hace el duelo, se da el pésame, y sale escopetado al exterior, a la agitación convencional y cotidiana en donde respira hondo exclamando para sí y sólo para sí: ¡Dios, estoy vivo! Ve, pero no vuelvas, les responde Dios, pues el regreso siempre trae la melancolía.
¿En qué momento, ante qué golpe, cerraste los ojos, desdichado? Fíjate en la melancolía del ciego; fíjate en quien expiró sin entornar los ojos, qué prisa no tendría, qué despedida postergada sine die, qué victoria in extremis de la carne, vacua y engañosa, pero ya nada melancólica. Los sordomudos piden auxilio con aspavientos atenazados por la melancolía, porque la melancolía nunca aprendió a hablar; como los pájaros, como el alma, como la luz, como los violines o como las flores marchitas y bellas, la melancolía se expresa de otra forma, de una manera anterior.

La Melancolía por Jesús Mª Ventosa Pérez. Foto de portada: Juan A. Díaz Irateta se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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