El Embuste (Alegato)

El embuste, ni se opone ni se enfrenta a la verdad. La enriquece y condimenta en la mayoría de los casos. Además, el embuste solo alcanza la toxicidad de una mentira, cuando su autor ha perdido la fe en el relato o la acción se contamina de propia incredulidad. No se trata de licitud, sino de naturalidad. Mientras se desarrolle altivo y elocuente mejorando un acontecimiento anodino hasta elevarlo a la categoría de aventura; mientras interrumpa el dolor o el disgusto con la sedación que aporta el consuelo, la caricia o el abrazo; mientras facilite atravesar portones y aduanas confundiendo la rigidez oxidada de uniformes y alambradas; mientras calme la grosería natural de haber nacido fea o feo en un jardín de rosas impecables, sometidas diariamente a examen de atributos, dicción, postura, aroma, estela…; mientras acuda con bromas o chascarrillos al rescate de alguna situación dramática; mientras lubrique o avive el deseo de una cita y colabore desenmascarando difamaciones y braguetazos; mientras cambie el resultado de una batalla porque un crío tocó con ímpetu un tambor que encontró tirado entre las zarzas; mientras un poeta siembre el caos proclamando la llegada de los bárbaros y éstos, pasen luego de largo; mientras sean éstas, y otras muchas las circunstancias, el embuste custodia su propio perdón y grandeza.

La estafa, la falsedad, el dolor y la incoherencia son los bolardos que limitan el territorio de un buen embuste.
Es más, el embuste necesita de la credulidad para desarrollarse, reclama atención, fe y correspondencia. Es semilla de suelo fértil. Es alcahuete de dualidades e intereses mutuos. Dónde irían a parar los timos si faltase la codicia de la víctima. Un escéptico cobijado en la seguridad crece hasta límites no superiores a los de un bonsái. ¿No os parece aburrida una cántara sin fisura ni Lazarillo, o un arcón sin roedores o un bachiller sin su Buscón?
El embuste hidrata la imaginación
El embuste propaga su propia taxonomía y conoce sus fronteras. La estafa, la falsedad, el dolor y la incoherencia son los bolardos que limitan el territorio de un buen embuste. Superarlos, implica desnaturalizar, envenenarlo destruyendo su rasgo de travesura. Por otro lado, cabe mencionar también sus aliados y herederos: el placer, la esperanza, la distracción, la piedad, el placebo. Erigidos los pilares del sistema y del individuo: el embuste pasa revista.
Las más poderosas instituciones sociales e individuales se sustentan del descubrimiento, uso, aceptación y evolución del embuste. El amor, la religión, la política, la moda, el cine, la literatura, la guerra…, todos son deudos y siervos del embuste. Cuando el embuste surca el cielo de las sensibilidades, la creatividad gana en lo profundo y en lo feraz, y el talento alcanza la estatura que le demanda el genio. El arte, la imaginación, la belleza, sin el embuste o alguno de sus vástagos como la exageración y la inventiva, moriría triste y deshidratado en el erial de la moralidad. La cultura es un catálogo de embustes y de consideraciones sobre qué embuste elegir en cada época para representarnos.
Y, sin embargo, su ineludible existencia está, a la vez, teñida de alarma por el mismo orden que de ella se amamanta. Pasea por ese estrecho callejón de la historia donde el escepticismo y la rebeldía aguardan y fermentan al margen de bandos, pregones gubernativos y patronatos; O, simultáneamente, como decía Octavio Paz, por donde la historia sea el error.
Una última y edificante falacia. El artista muestra su abstracción y el espectador se apropia de la sugerencia. ¿Cuál de los dos embustes resuelve mejor el reto de la autenticidad?
El Embuste (Alegato) por Texto y fotos: Juan A. Díaz Iraeta se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
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