Alberto Durero y Fugger el Rico en la misma exposición

¿Se redime el dinero encumbrando a los artistas?
Sala Municipal de Exposiciones del Museo de Pasión (Valladolid). Del 5 de septiembre al 24 de noviembre

El autorretrato más famoso y perfecto de Alberto Durero ilustraba el tema del Renacimiento alemán en el libro escolar de Historia del Arte que estudiamos en los años 70 de la pasada centuria.
A mí, los únicos nacionalismos que me han gustado han sido los musicales, Falla, Albéniz, Grieg, Mussorgsky, Rimski-Kórsakov, Dvorak, Bartok, El amor Brujo, Iberia, Peer Gynt, Sherezade, sinfonía nº 9 Del Nuevo Mundo y Música para cuerda, percusión y celesta donde el músico húngaro apuntilla finalmente los tarariros folclóricos para empezar a meter miedo a través de sus espíritus atonales. Porque, no nos engañemos, todo lo que se tararea acaba cansando al niño de la cuna.
Alberto Durero existió hace quinientos años, lo que no obsta para que a los de mi generación nos lo presentaran cuando cumplíamos catorce. Recordamos el día o el curso en que lo saludamos recibiendo lección de Historia del Arte. Aparecía en una pequeña ilustración más próxima en tamaño a los retratos que se intercambiaban los pretendientes de la alta nobleza de su tiempo que a la obra original, un autorretrato de 52 por 41 centímetros.
Conocimos a Alberto Durero como tal y no como Albrecht Dürer, un detalle significativo que proviene de la época en que Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico declaró que la lengua Castellana era digna de ser admirada y hablada por todos, época en la que los palurdos de la periferia utilizaban nuestro idioma como hoy lo hacemos nosotros con el inglés en Instagram o en cualquier evento o certamen acomplejado de inferioridad.

Las Humanidades se han convertido en el enemigo a batir.

Determinado lumbreras del Gobierno de las Canarias pidió que se suprimiera de un libro una referencia a la importancia de los ríos (…) porque las islas no tienen ríos.
Del Humanismo global al nacionalismo local
El autorretrato más famoso y perfecto de Alberto Durero ilustraba el tema del Renacimiento alemán en el libro escolar de Historia del Arte que estudiamos en los años 70 de la pasada centuria. No me he molestado en indagar si continúa siendo objeto de estudio reglado en todas y cada una de las autonomías que conforman el dislate del Estado Español por temor a concluir la investigación verdaderamente molesto. Los políticos, aconsejados por las empresas robóticas, suprimieron el griego y el latín del corpus obligatorio en las enseñanzas medias, rebajaron la importancia de la Lengua y la Literatura (España se encuentra por debajo de la calificación media en la UE en comprensión lectora según el informe PISA) y prosiguen en su acoso a la Filosofía. Las Humanidades se han convertido en el enemigo a batir. Estoy de acuerdo en que nos falta ciencia, pero no nos sobran las letras.
Los editores de libros de texto están que trinan. Cada nuevo curso se ven forzados a particularizar los contenidos de las distintas asignaturas según el territorio autonómico de que se trate y según la catadura filonacionalista del consejero de Educación elegido a suertes. Como muestra de tales sinsentidos, en Cataluña han pedido que se hable de una Corona catalanoaragonesa que no ha existido, del conde Wilfredo El Piloso, (El Velloso, como apelativo, parece ser subliminal menosprecio a la catalanidad del personaje) y que se omita cualquier referencia a los Reyes Católicos, uno de cuyos consortes se titulaba Fernando II de Aragón. Un consejero del ramo de la Junta de Andalucía procuró la sustitución en los libros de texto del templo de San Martín de Frómista como obra representativa del románico peninsular, porque está ubicado en Palencia. Otro, objetó que en los libros de música no se incluyera al tambor rociero entre los instrumentos de percusión; o que en los temas de álgebra no se tomaran como modelo las ornamentaciones geométricas de la Alhambra. Determinado lumbreras del Gobierno de las Canarias pidió que se suprimiera de un libro una referencia a la importancia de los ríos como asentamientos de civilizaciones, porque las islas no tienen ríos.
La mirada enigmática del autorretrato de El Prado
La solución a la cuadratura del círculo de Vitrubio quedó en un segundo plano cuando desde una instancia manchega no identificada por la ANELE (Asociación Nacional de Editores de Libros y Material de Enseñanza)[1] se solicitó que el tema de Formación Profesional dedicado a la caja de cambios de los vehículos a motor se adaptara a la «realidad autonómica». La España de charanga y pandereta por los siglos de los siglos, amén. Voy a subir el volumen de la música, que ahora viene el cuadro titulado La gran puerta de Kiev y aquí estamos para comentar la exposición «Durero, el artista y su tiempo»[2], organizada por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid.

Alberto Durero se casó porque su padre así lo dispuso y porque, según los usos de la época, era condición indispensable para abrir taller propio.

Se escribe poco en las reseñas de arte sobre lo que sugiere la contemplación de la obra expuesta más allá de las interrelaciones entre temas, técnica, estilo y evolución artística del autor, quizás por ser este un capítulo muy personal. Y lo es, si confieso que pensando en Durero, tras contemplar la colección de grabados expuesta en la sala de Pasión, se me ocurrió escribir un ditirambo a la piedra. Ya me dirán porqué laberinto se llega o se sale a semejante resultado, yo no consigo recordarlo. En cambio, la asociación entre el artista nuremburgués y su autorretrato calzando guantes de cabritilla se me antoja generacional, por lo que a España respecta. Yo la he mantenido en el recuerdo después de muchos años gracias a que Durero es nombre fácil de recordar y a que el retrato tiene la virtud del enigma: atrae planteando interrogantes.
Hoy puedo decir que considero el enigma resuelto. La erudición de quienes han conocido del tema me ha informado de que Durero, a la vuelta de su primer viaje a Italia, quiso exhibirse – los artesanos alemanes, sus iguales, no concebían el autorretrato – con los atributos del creador renacentista: juventud, elegancia, distinción y atractivo donaire. Quiso mostrar un orgullo de clase que en su país se le negaba. La intuición apoyada en la erudición que repasa la obra, la paleografía burocrática y las cartas escritas por nuestro protagonista, muchas de ellas a su mentor y mejor amigo, Wilibald Pirckheimer, concluye que Alberto Durero se casó porque su padre así lo dispuso y porque, según los usos de la época, era condición indispensable para abrir taller propio. Él se hubiera sentido más a gusto retratándose entre los personajes que grabó en su obra La casa de baños de hombres (1498). Existe una mirada de hombre homosexual que la mayoría de los homosexuales y yo distinguimos antes de darnos cuenta y que, visto lo visto, ha permanecido vigente de quinientos años a esta parte.
La exposición que ha llegado a Valladolid desde los fondos del Fugger und Welser Erlebnismuseum cuenta con reconocidas obras maestras del grabador alemán.
Melancolía I (1514). Buril. Una estampa. 239 por 187 mms. El caballo grande (1505). Buril. Una estampa. 167 por 119 mms. El caballero, la Muerte y el Diablo (1513). Buril. Una estampa. 246 por 190 mms. La huida a Egipto (1504-105). Entalladura, Décimo tercera estampa de veinte. 298 por 210 mms. La Trinidad (1511). Entalladura. Una estampa. 392 por 284 mms. Escudo de armas con calavera (1503). Buril. Una estampa.
Vean los grabados y hablemos de Fugger
No busquen este autorretrato entre las obras colgadas en el Museo de Pasión, porque no está. Allí se exponen 70 grabados representativos de la producción de Durero entre 1496 y 1524, si no me falla la memoria. Otro día, si quieren, quedamos y vamos a verlo donde está, en el Museo del Prado. La exposición que ha llegado a Valladolid desde los fondos del Fugger und Welser Erlebnismuseum cuenta con reconocidas obras maestras del grabador alemán, entre las que podemos citar: La huida a Egipto (1504-1505), El caballero, la Muerte y el Diablo (1513), Melancolía I (1514) La Virgen con el niño al pie de la muralla (1514), El gran carro triunfal de Maximiliano I (1518-1522), el retrato de Federico el Sabio, elector de Sajonia (1524) o figuras de santos como las de San Bartolomé (1523) y San Simón (1523).
Habría mucho que comentar sobre las obras citadas y sobre otras omitidas no menos interesantes por la simbología, la penetración psicológica o por los elementos costumbristas de la época y de los lugares que visitó y habitó el genio alemán. No soy el más indicado para tratar sobre su magisterio como grabador, pintor o tratadista sobre mediciones geométricas y teorías de la proporción humana, pero sí les recomiendo que aprovechen[3] la calidad de algunas reproducciones que se incluyen a modo ilustrativo en este artículo para apreciar el virtuosismo técnico en la definición de los trazos, volúmenes y claroscuros. Quiero quitarme esta responsabilidad de encima para dirigir la mirada hacia el otro gran protagonista de la exposición: el dinero, en particular, la fortuna de los Fugger (conocidos en España como los Fúcares), menos la de los Welser, y de entre todos Jakob Fugger, llamado el Rico. Sus coetáneos no debieron estar familiarizados con el mito del rey Midas, porque el apelativo de Midas le hubiera encajado a la perfección.
Los cuarenta hijos bastardos de Segismundo
Jakob Fugger nació en el seno de una familia de prósperos comerciantes de Augsburgo. Hijo nono, de diez que tuvo Jakob Fugger el Viejo, parecía destinado a la vida clerical. Fue nombrado canónigo en un monasterio franciscano, pero una sucesión de muertes inesperadas entre los herederos del negocio familiar determinaron que cambiara de hábitos y de aires. Pasó unos años aprendiendo de visita por las sucursales que los Fugger tenían instaladas en varios países de Europa. Hizo fortuna como cobrador de impuestos para, desde ahí y a través de los préstamos, introducirse en el mercado de los metales. Su primer gran prestatario fue el archiduque Segismundo, a quien financió gastos de guerra y la elevada nómina de una corte que acogía a cuarenta hijos bastardos. El archiduque gobernaba las minas de plata del Tirol. Adivinen quién terminó acaparando toda la producción.
Una vez que Segismundo se vio obligado a abdicar en favor de Maximiliano, siguiente emperador a la muerte de su padre, Federico III, todos los créditos del uno pasaron al otro. Esta jugada convirtió a los Fugger en el principal prestamista del emperador, según cuentan las crónicas, un derrochador imperial. Maximiliano I, como pago de sus deudas, entregó a Jakob Fugger un condado, una ciudad, un señorío y varias posesiones más. Andando el tiempo y negociando, a cambio de los préstamos que libraba al emperador, a miembros de la nobleza y a otras casas reales, concesiones de explotación y prospección mineras, Fugger se alzó con el monopolio del cobre y la plata en toda Europa.

El arte y la arquitectura renacentistas llegaron a Augsburgo gracias al patrocinio del financiero.

Yo banquero, tú mecenas, él Durero
A partir de 1512, Maximiliano I se convirtió en el principal mecenas de Alberto Durero a quien, sin exclusividad, asignó una pensión vitalicia. Posó para él en varias ocasiones, la última de ellas poco antes de su muerte en 1519. Estos retratos, por cierto, los pagaba Jakob Fugger. El arte y la arquitectura renacentistas llegaron a Augsburgo gracias al patrocinio del financiero. Una dramatización proyectada en la sala de exposiciones sobre dos pantallas tabloides representa una sesión de posado donde el artista nuremburgués dibuja a mano alzada la efigie de El Rico mientras dialogan sobre este particular. Jacob confía en que el retrato plasme esa magnificencia de mecenas y protector de las artes que el propio Durero le está reconociendo.
A la muerte de Maximiliano I, su nieto Carlos heredó las posesiones de los Habsburgo y una opción de candidatura a la Corona imperial que disputó y ganó al rey francés Francisco I. La disputa en cuestión consistía en una subasta de sobornos a los príncipes electores. Francisco I puso sobre la mesa 300.000 florines, mientras que Carlos ofreció 800.000. De esta cantidad, 455.000 salieron de la casa Fugger y el resto de los Welser y de varios banqueros genoveses. A Fugger, Carlos I de España, entre otras garantías, le cedió las minas de Almadén y a los Welser Venezuela con ciertas condiciones de exploración y desarrollo de estos territorios ultramarinos que no comprendían sólo la Venezuela actual, sino una buena parte de Colombia.
La obra de arte lava y blanquea mejor la moneda vil que el Vanish Oxi Action, y además desgrava a Hacienda.

Participación alemana en la expedición de Magallanes
Los negocios de Jacobo Fúcar (según su nombre en España) no paraban en las extracciones mineras, en simonías, venta de indulgencias[4] y préstamos varios a la Iglesia, ni en elegir y sostener emperadores. Abrió oficinas comerciales en Lisboa atraído por el lucrativo mercado de las especias y las piedras preciosas, que Portugal controlaba como propietario de la vía de navegación hacia el Este. Así fue, pues no admitía competencia, que se contara entre los patrocinadores privados de la expedición de Magallanes y El Cano en busca de una ruta hacia la India navegando rumbo Oeste, un intrépido viaje para intrépidos inversores.
Los aventureros apostaban a la gloria y la riqueza su vida; los banqueros cubrían las apuestas. Una apuesta desigual, según se mire. Menos arriesgado para las partes era el patrocinio de las Artes y las Letras en el Renacimiento, de donde procede un equívoco doble y común vigente en la actualidad – cinco siglos nos contemplan -: que la categoría artística se funda en el virtuosismo del manejo instrumental y que la valía de la obra de arte equivale al precio pagado por ella. El problema de los creadores siempre ha sido extraer de su actividad una vertiente utilitaria/rentable, y otra puramente inspirada. El problema del dinero, ganarse el perdón de sus pecados, la fama en vida y la gloria terrena que otorgue un significado a la marca «Fulano de tal e hijos» o «Descendientes de fulano de cual». La alianza entre la obra de arte y el mecenas permite a este último trascender a la muerte mediante el objeto sacralizado que financió y triunfar incluso entre sus enemigos, que lo admirarán por vía vicaria. Sólo los talibanes destruyen las obras de arte que encargaron sus contrarios.
El dinero limpia, brilla y da esplendor al elegido para el premio, la exposición o el museo. La obra de arte lava y blanquea mejor la moneda vil que el Vanish Oxi Action, y además desgrava a Hacienda. La mancha que no se borra, aunque se quiera cubrir con carísimos guantes de cabritilla, como Durero sus manos de grabador escaradas [5], es la que queda impresa en el alma del artista sujeto a este intercambio, santo sólo mientras oye misa, pecador y en penitencia el resto del tiempo. De esta contradicción no conseguimos salir.
[1] Una semana más tarde, el 11 de septiembre, los editores se reúnen con la ministra Portavoz del Gobierno y ministra de Educación, Isabel Celaá, obtienen de ésta la promesa de simplificar el currículum educativo y, a la salida del gabinete, se desdicen de lo manifestado sobre la existencia de presiones institucionales para que los libros de texto incorporaran determinados cambios. Hace dos años, el filósofo Fernando Savater, compareció en una subcomisión del Congreso de los Diputados formada con el fin de intentar un pacto de Estado sobre educación y en ella manifestó conocer dichas presiones basadas en la arbitrariedad y el oportunismo político.
[2] El apellido original de Alberto Durero por parte de padre era Ajtósi, de origen húngaro. Ajtó significa «puerta» de donde se derivó a türer («puerta» en alemán) y de ahí a Dürer para adaptar la pronunciación al dialecto local de Nuremberg. En el escudo de armas que adquirió la familia aparece una puerta.
[3] Por si fuera pertinente el aviso, informamos de que las reproducciones gráficas que acompañan al texto pueden apreciarse al tamaño del original insertado pulsando sobre ellas con el puntero del ratón o, en su defecto, eligiendo la opción (botón derecho del ratón, en el menú desplegable) Abrir imagen en una pestaña nueva.
[4] El papá León X esperaba financiar la basílica de San Pedro, en Roma, con la recaudación de los beneficios, en tanto que Martin Lutero arremetía desde el púlpito contra él y contra el banquero alemán por este motivo. Fue por el tiempo que Lutero clavó en las puertas de la iglesia palatina de Wittenberg sus famosas 95 tesis contra la Santa Sede.
[5] Referencia al autorretrato del artista conservado en el Museo del Prado.
*Foto de portada: Santos patrones de Austria: Quirino, Maximiliano, Florián, Severino, Colomán, Leopoldo (1515). Entalladura, una estampa. 154 por 268 mms.

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