Música, alma y melancolía

A propósito de la Agrupación Coral Ausentes do Alentejo
Hoy es el Día Internacional de la Melancolía en mi portal, lo he instituido yo. Igual que Sancho Panza era un libro abierto del refranero español, yo voy camino de serlo en coplas flamencas. Para el caso, traigo la siguiente: Esta noche mando yo, mañana mande quien quiera. Esta noche voy a poner por las esquinas banderas. Las letras flamencas populares han resistido el desgaste del tiempo, porque si sobre el papel aparentan simpleza, bien cantadas adquieren categoría sapiencial. Hay en las entrañas del devoto una corte emocional que sentencia: Esto no vale; esto es verdad.
Esta noche mando yo, pero no voy a poner banderas. Voy a poner a los Ausentes do Alentejo. Los vi en el programa de la última edición del Festival de Teatro y Artes de Calle de Valladolid. Aparecían enlazados del brazo en tres filas de a cinco como falange de moros o cristianos en las fiestas de Cocentaina o como paseaban las mujeres por Puente Duero en los tiempos de mi abuela, una manera de hacerse valer: no pasarán.
El alma carnal bipolar
Los portugueses nos ganan en melancolía a todos. Eso les pasa por independizarse. La península ibérica en cuanto que unidad geográfica distintiva tiene alma humana y, en cuanto que humana, una angustia vital bipolar: una angustia de alegría y una angustia de tristeza. Hay término medio, que no es exactamente medio, ni está en la mitad. Podría compararse a la cima del Everest, un lugar al que se accede por turno, donde no da tiempo a comerse el bocadillo y donde nadie se queda a vivir.
El cerebro humano es una materialización carnal del alma. El de los animales también, sólo que es comestible a la romana porque todavía conviene no llevar a la teología esta opinión. Guarda muchas similitudes estructurales con él como la de estar dividida en parte frontal, colodrillo y dos hemisferios, el izquierdo y el derecho. El hemisferio izquierdo regula la angustia de la tristeza y el derecho, la de la alegría, grosso modo. Las partes septentrional y meridional reúnen cualidades de ambas en distinta proporción. Pesa más la melancolía en el norte, pesa menos en el sur. En el sur le quitan gravedad a las cosas.

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La devoción que despierta esta música entre los devotos se explica por su función terapéutica. Un pregón de herbolaria que se hace por bulerías termina así: Yo traigo remedios pa’tó los dolores, lo que yo no llevo son pal mal de amores.
¿Y qué pasa con el Flamenco?, preguntarán ustedes que me conocen y saben de mis tendencias. El Flamenco es la música más bipolar que se conoce, la más trágica, y ha cuajado en los predios andaluces. La siguiriya y la bulería son representativas de estos dos polos opuestos. Tienen carácter sacramental. Recuerdan en lo litúrgico a los talas y ragas hindúes. Hay horas del día que les están consagradas, cada palo es un ánimo que requiere uno modo rítmico y melódico determinado. El intérprete flamenco, si lo dice, no anunciará «Voy a cantar Sugar baby love«, dirá que va a cantar por soleá, por taranta o que va a hacer la caña. Las letras serán las que sean, y las que sean normalmente no detallarán una historia, a lo sumo, episodios sentimentales, retazos de vida que cualquier aficionado pueda vestir. La devoción que despierta esta música entre los devotos se explica por su función terapéutica. Un pregón de herbolaria que se hace por bulerías termina así: Yo traigo remedios pa’tó los dolores, lo que yo no llevo son pal mal de amores.
Desarraigados, perseguidos y flamencos
¿Y si en el sur peninsular a las fatigas se les manda a la luna para que floten, por qué ha surgido allá el Cante Jondo y no en Numancia? La respuesta a esta pregunta no es sencilla. Es más fácil encontrar un fósil de trilobites datado hace quinientos millones de años, que un fundamento musical ágrafo cuatrocientos o trescientos años atrás. Los tratadistas coinciden al señalar un conjunto de factores favorables al desarrollo de esta música en tierras meridionales. El Flamenco es tan autóctono de Andalucía como la Feria de Abril sevillana, que la fundaron un vasco de Bilbao y un catalán de Barcelona.
El Flamenco es una fórmula musical de desarraigados y perseguidos que se arraigaron en Andalucía con uñas y dientes, mezcolanza de voces y melodías moriscas, judías, gitanas y cristianas, de folklores peninsulares y ultramarinos. Andalucía fue territorio último de reconquista, de expulsiones y de persecuciones étnico-religiosas. A Cádiz llegaban los galeones con las rutilantes mercancías de las Indias, y de Cádiz salían las expediciones militares, de comerciantes y de colonos hacia el Nuevo Mundo. Desarraigo, persecución, emigración, combate, pobreza, penalidades…, o todo lo contrario; aquí, cabe poco término medio entre melancolía y euforia.
La ausencia es el corazón de la melancolía
Los portugueses se independizaron, cortaron el alma ibérica por detrás del hemisferio triste y ya no pasaron, ni dejaron pasar nada de Tras os Montes durante mucho tiempo. En Portugal, sólo los zurdos ríen a carcajadas. Agrupación Coral Ausentes do Alentejo. Parece el nombre de un coro de ánimas. Sus integrantes tienen de sesenta y cinco años para arriba. En Galicia les llamarían los de la Santa Compaña. Son ausentes en homenaje a los que faltan, a los que murieron y a los que se fueron del país en busca de la buena ventura. La ausencia es el corazón de la melancolía, que es adonde yo quería llegar y, en este sentido, las voces del coro alentejano son todo corazón.
Sus cantos, una rareza en la península, se arman conforme a los antiguos modos musicales griegos, siete notas con intervalos enteros o de medio tono que siguen un sentido descendente de agudo a grave.
Cuando me situé para escucharles en la calle Mantería conté catorce integrantes, faltaba uno. No han empezado a cantar – pensé – y ya hay un ausente. ¿Cuántos quedarán mañana? La UNESCO ha declarado sus melopeas, las de su pueblo Palmela y las de todo el Alentejo Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sus cantos, una rareza en la península, se arman conforme a los antiguos modos musicales griegos, siete notas con intervalos enteros o de medio tono que siguen un sentido descendente de agudo a grave. Tienen pocas florituras, algún discanto y alternancias de voz solista a la que responde el coro. Recuerdan la solemnidad litúrgica de los oficios greco-ortodoxos en el monte Athos, también, a ciertas canciones corsas. Evocan la primigenia teoría de Aristógeno de Tarento, el peripatético, según la cual el cuerpo y el alma se relacionan con la misma armonía que las partes de un instrumento musical. Otra vez, el alma apegada a la música.
La UNESCO ha declarado sus melopeas, las de su pueblo Palmela y las de todo el Alentejo Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La exaltación pasional del Romanticismo
El alma, la música y la melancolía alcanzaron su máximo esplendor durante el Romanticismo, que se inició con Beethoven (1770-1827) y que culminó con las obras posrománticas de Richard Strauss (1864-1949) y Gustav Mahler (1860-1911), cuya mujer se llamaba Alma, por cierto. Sé que todes discernís perfectamente este movimiento artístico de rebeldía anticlasicista, de exaltación pasional, de exotismo costumbrista (la España del XIX fue un territorio muy romántico para los viajeros, literatos y músicos europeos) de amores febriles, dementes, tuberculosos, suicidas…, que terminaban en el cementerio con Edgar Allan Poe tomando notas. Y sé que no lo confundís con sucedáneos posteriores, pero como siempre hay alguno nuevo, me resigno a repetir por enésima vez que si digo: La Muerte de amor (Liebestod) de Isolda en el drama musical wagneriano es el final más hermoso para el final del Romanticismo, no le estoy deseando desgracias a la tribu que rodilla en tierra delante de una cámara de televisión le pide matrimonio a la madre de sus hijos.
El romanticismo popular se queda en un nocturno de Chopin con el mensaje de que es tan importante estar enamorado como demostrarlo a la mesa de un restaurante Michelín bien fumigados de feromonas de cachalote los sobacos de él y el escote palabra de honor de ella. A la música se va con el estómago vacío, y al amor también; y al alma, en ayunas y con el cuerpo aquietado en la butaca. La música que se escucha sentado como si se leyera un libro convierte al cuerpo en su caja de resonancia, en su casa, en su naturaleza. No es tan importante «entender» de música. Hace falta buen oído, desde luego, sin luz no se distinguen los colores, hace falta sensibilidad, que es percepción de sensaciones, y hace falta experiencia sentimental. La experiencia sentimental que da la melancolía es única, recorre todas las octavas vitales cachito a cachito de tono. Sabe morir de tristeza contemplando el pábilo de una vela y en la alegría paga con la vida a la eternidad por cuatro o cinco momentos inolvidables.

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