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De melopeas, mística, química y amor carnal

«La poesía es un arma cargada de futuro»(Gabriel Celaya)

7:2 Tu ombligo como taza redonda/ que no le falta bebida./ Tu vientre como montón de trigo/cercado de lirios. 7:3 Tus dos pechos, como gemelos de gacela apacentándose en el campo. (Cantar de los Cantares)

Llegó la primavera. Hay que hablar de amor. A esta especie de stultitiae que el refranero español plasma en la sentencia: «De enamorado a loco va muy poco», la ciencia le ha desvestido el misterio. En paños menores está. El amor ha dejado de ser el arrebato sagrado por el que los dioses disputan, los hombres se suicidan y las mujeres se desmayan entre el heroísmo y el patetismo de salón. Hoy sabemos de manera empírica que la pasión del celo no es otra cosa que una magnífica melopea, del griego melos: música, y poiein: crear. Sabíamos que a los borrachos les tira la música vocal sobre cualquier otra. El borracho feliz canta profusamente a dúo o a coro la zarzuela del verraco. La del borracho es una melopea de escarnio, su etimología lo ajusticia. Nos faltaba traducir esta metáfora a hormonas y oxitocina e hilarla con el enamoramiento, porque los enamorados también cantan, ¡cómo no!, es uno de los síntomas característicos del fenómeno. A diferencia del borrachín, el enamorado puede hacerlo bien y deleitar, si está dotado para ello.

Pero del amor, ya digo, quedan pocas cosas por explicar. Hace falta remontarse al pasado mediante algún montaje de realidad virtual, si alguien quiere meterse bajo la piel de un Romeo, una Julieta o de un amante de Teruel. Mención especial a aquellos ancestros que con su poesía señalaron el camino a los científicos. La verdadera poesía no está en Carlitos recitando: Con diez cañones por banda/viento en popa, a toda vela/no corta el mar, sino vuela/un velero bergantín. La verdadera poesía es una vía de conocimiento, un saber decir, también. Por eso, en el pasado, al poeta se le hacía intermediario de los dioses, o se le enviaba como embajador a parlamentar en las cortes de los reinos vecinos.

Poesía de la miel y poesía del vino

Hubo una poesía amorosa de la flor y de la miel. El tiempo propicio de la primavera, los colores florales que anteceden al fruto, las fragancias, la suavidad de los pétalos, la dulzura extrema del polen que procesan las abejas, se utilizaba metafóricamente en sustitución de los placeres y promesas que el celo humano trae consigo. Dos exponentes de esta percepción tan peptídica como pegajosa son el hermoso fragmento (hermosa traducción de Eduardo Gris, por lo demás) de un poema tamil del siglo I al II d.C. :

Y diciéndolo retiré la túnica,
mi corazón apresurado, deseoso,
y brilló su cuerpo desnudo
como una espada desenvainada.
Inclinó la cabeza, avergonzada,
suplicó y, sin saber cómo esconderse,
deshizo la guirnalda de nenúfares,
y se cubrió con la tiniebla
de su abundante cabello negro
salpicado de flores que aún seducían a las abejas.


(poema 136 del Akananuru)

Y este otro del considerado (mientras no venga nadie a rebatirlo) primer poema amoroso escrito de la historia humana, un texto grabado a punzón sobre barro con caracteres cuneiformes. No tiene título. Es un canto de cópula ritual puesto en boca de una sacerdotisa de la diosa Inanna y dirigido al rey sumerio Shu-Sin. De esto hace 4.000 años, uno arriba, uno abajo:

Novio mío, te haré cosas deliciosas;
dulce tesoro mío, miel te llevaré.
En la alcoba, empapada de miel,
gocemos de tu dulce encanto.
Querido mío, te haré cosas deliciosas;
dulce tesoro mío, miel te llevaré.

De la parte de Judea y a lo largo de ambas vertientes del Mediterráneo, probablemente asociada al cultivo de la vid, vino la poesía amorosa de la embriaguez etílica. El numen creativo ha de estar en relación con la naturaleza circundante. A qué planta o fruto amable habrían acudido los poetas, si nuestros campos de pan llevar sólo hubieran producido malezas e higos chumbos. No se habría dado el caso de que el patriarca Noé experimentara la embriaguez y hubiéramos evitado la vergüenza de heredar su título de primer borracho de la historia. Los innumerables referentes culturales derivados de la cultura del vino, la comparación misma entre los efectos de esta bebida y el enamoramiento, y la verdad poética descubierta a través de sus metáforas, tampoco habrían tenido lugar.

Tu encanto es dulce como la miel (Escritura cuneiforme sumeria)

El Cantar de los Cantares y el Cántico Espiritual

Modelo y veta, tanto para la poesía como para la mística que del oriente llegó, prendió y fructificó en la península ibérica, fue el Cantar de los Cantares, libro bíblico atribuido al rey Salomón datado sin mucha certeza entre los siglos VI y III a.d.C. San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús encontraron inspiración mística en él, quién sabe si leyendo la versión que tradujo del hebreo a la lengua romance Fray Luis de León, coetáneo suyo; versión, por cierto, que le valió una denuncia ante el Santo Oficio por poner en solfa la autoridad de la Vulgata, por trasladar materia bíblica a la lengua vulgar y por el comentario literal, que no espiritual, hecho de la misma a modo de anexo. San Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual, hace otra traslación del Cantar, sólo que artística y mucho más trascendente en lo religioso. Son numerosas las equivalencias temáticas entre versos de éste respecto de aquel. Dice la Amada en el Cantar:
8:2 Yo te llevaría a la casa de mi madre, 
te haría entrar en ella, 
y tú me enseñarías…
Te daría de beber vino fragante
y el jugo de mis granadas. 

En el Cántico, la Esposa relata:

En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.
(…)Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

Santa Teresa también quiso aportar lo suyo a la interpretación del Cantar demostrando un discernimiento enológico inusual en una religiosa. de esta manera comenta el verso (en traducción libre) Metiome el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad : «Porque puede ser dar a beber más o menos y de un vino bueno y otro mejor, y embriagar y emborrachar a uno más o menos. Así es en las mercedes del Señor, que a uno da poco vino de devoción, a otro más, a otro crece de manera que le comienza a sacar de sí...;» 

Influencia del misticismo sufí

Durante mucho tiempo, los hermeneutas del corpus místico hispano trazaron una línea directa entre el Cantar del rey Salomón y la obra inspirada de Teresa de Ávila y Juan de Yepes. Miguel Asín Palacios, arabista precursor de estudios comparativos entre el imaginario islámico y el europeo, quebró la línea al hallar notorias concomitancias entre estos dos autores y una corriente ideológica contestataria del islam llamada sufismo, trescientos años anterior. Uno de sus principales exponentes fue Ibn al-Arabi, que era de Murcia. La poesía sufí utiliza los temas del vino y la embriaguez en sustitución de los conceptos de éxtasis y elevación espiritual. No me pregunten cómo adquirían la parte prosaica de tales conocimientos en el seno de una religión que prohibía y prohíbe el consumo de alcohol. Extraña imaginarlos bebiendo a escondidas.

Lo mismo nos preguntamos respecto de nuestro padre Juan y de nuestra madre Teresa, lo mismo y más, porque tampoco se nos alcanza en qué escuela estudiaron el ars amatoria. Un clérigo o una monja célibe no puede versar sobre el amor galante consumado fuera de lo que haya podido ver, oír o leer. En cambio, sí puede sentir como enamorado, porque su naturaleza es igual a la de cualquier otro que no haya profesado los votos. El escollo a salvar entre quienes adquieren esta condición lo representa la carnalidad. La carnalidad era aquello que confesábamos rojos de vergüenza con las manos entrecruzadas sobre el reclinatorio: «Padre, me acuso de haber tenido deseos y pensamientos impuros». El celibato obliga a reprimir, por una parte, los deseos impuros y, por la otra, a canalizar la energía sexual hacia regadíos asexuados como, por ejemplo, la viña del Señor. Una vez en la viña del Señor, los místicos se sueltan el cíngulo o la toca perdidamente enamorados del Altísimo en un cortejo que ha de durar el resto de sus vidas. Sólo los amores místicos y los platónicos, entre aquellos de atracción voluptuosa, pueden durar tanto; y sin desgastarse. La intensidad alcanza cotas estelares cuando la persona enamorada, célibe o no, incurre por primera vez.


Los poetas místicos hicieron alquimia transcendental con el vino del amor anunciando una embriaguez no pasajera y sí para siempre.

Las hormonas del amor hermoso

   Han transcurrido dos mil quinientos, ochocientos cincuenta o quinientos años o, mejor dicho, han tenido que transcurrir desde que Salomón escribiera el Cantar de los Cantares, Ibn al-Arabi o Abenarabi (que nació en Murcia de padre murciano y madre bereber en 1165) El intérprete de los deseos o Umar ibn al-Fârid el Elogio del vino; San Juan de la Cruz el Cántico Espiritual o Santa Teresa Las Moradas . En 1953 se descubrió la oxitocina. La comunidad científica siguió tirando del hilo hasta reunir y relacionar las hormonas responsables de las distintas fases del enamoramiento y del apego: testosterona, estrógenos, adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina. Nos lo quisieron explicar de modo que lo entendiera nuestra corta inteligencia acudiendo a ejemplos en los que se mezclaba el alcohol con las drogas. Alguno llegaría a pensar que la alternativa del enamoramiento era tomarse tres o cuatro gin-tonic, meterse diez rayas y, con un buchito más, una pastilla de éxtasis. ¿Se le ocurriría a alguien la alternativa de leer a los místicos?

Los poetas místicos hicieron alquimia transcendental con el vino del amor anunciando una embriaguez no pasajera y sí para siempre. El amor místico no sólo representa intuitivamente la química del celo en su versión humana. No trata de limpiar su prosaico aspecto de melopea que incita a entonar cantares; no para en la «stultitiae», ni se comprime en una frase del refranero español. La química del amor que emborracha a un amante del otro, el cóctel hormonal que los representa maravillosos, que los convence de que no habrá obstáculo, ni desmayo, ni fin para su felicidad; la estratagema genética que impide a los enamorados desfallecer mientras no haya concepción, alumbramiento y, a ser posible, una crianza que garantice la supervivencia de su fruto, implícitamente promete inmortalidad. El gen, la nueva denominación del alma, lleva millones de años replicándose en distintas formas. Usted y yo somos cada cual una forma, una cáscara; y un alma. La embriaguez en Dios significa vida inmortal del alma. Esto no es nuevo, ya en el Génesis (III, 5) la serpiente se dirigió a la primera pareja de enamorados en estos términos: «¡Seréis como dioses!

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