Saltar al contenido

El carrusel: la memoria de la cuna

La infancia de cualquiera está cargada de experiencias que marcan para toda la vida. En la infancia, el Destino se detiene a recoger instrucciones. Los rasgos de carácter que no vienen de papá, ni de mamá, las manías que se cultivan como distintivos de un abolengo que no es sino de vino rancio, tuvieron su origen en una sobredosis de teta, en la chorrada de lanzar al niño por el aire, en la aguadilla de un baño, en el ladrido de un perro que no muerde y en tantos y tantos otros hechos fortuitos que siempre les suceden a los mismos, llámense hijos de autor o llámense hijos de plantilla. Los hermanos mayores están para recoger las mejores virtudes de los padres, por eso suelen ser los más maniáticos. También están para mortificar a los menores, que tienen la culpa de la menor atención que reciben ambos.

Ríete y no mires

Hay experiencias que marcan, por ejemplo, las que ponen a prueba la entereza. Cuando superas un miedo, te enseñan a reírte del miedo, de ahí que para nosotros fuera natural reírnos de los miedosos. La compasión sólo cabía en los manifiestamente fuertes. Todo aquel que de niño saborea la victoria sobre el miedo, lo sigue desafiando más allá de la infancia y de la juventud, se halle donde se halle, lo haga por competencia o por necesidad. De la caída libre en brazos del tío entrenador se pasa, Dios mediante, a hacer de niño bala en el tobogán del parque y de ahí a la boca del Tragaldabas/Gargantúa. Después, te ponen las vacunas en el brazo diciendo que tienes que ser valiente o que no mires. Cabía una opción intermedia para héroes en jornada de flaqueza: mirar hacia otro lado y no llorar.

El muro, el árbol, la pared, la noche. La visión parcial y abstracta es dominante en los primeros años de vida. Conocemos los objetos y las superficies cercanos tocándolos con las pestañas, hundiendo en ellos la nariz y llevándolos a la boca. No nos extrañe sentir sensaciones primarias ante detalles, texturas o coloraciones de lo que dicen que necesita ser, para ser algo, entero. La mirada mínima del artista busca en lo mínimo lo máximo, como el físico de mecánica cuántica.

La orden parental ¡Niño, no mires! sería ya por siempre un imperativo de amparo que los contestatarios de la autoridad rechazábamos sistemáticamente en abierta rebelión contra lo prohibido. Lo prohibido, para nosotros, era todo aquello que nos impedía crecer. La lista de cortapisas a la curiosidad sería muy larga. Estaban, de una parte, las miradas que te ponían en evidencia y pecado mortal: espiar una alcoba por la cerradura habiendo vida en su interior, o plantarse ante una chica colocada en agachadillas con la intención de comprobar si podía mear lejos. Y estaban aquellas otras que, sin ser pecado, podían provocarnos un fuerte impacto emocional. Éstas se dividían, a su vez, en las de daño, dolor y sangre infantil, y en las escenas de adultos zozobrando. Tiempo tardaría en llegarnos la respuesta de por qué los mayores zozobraban ante los besos de tornillo que salían en la televisión y que jamás vimos en casa.

Fotos: J.A.Díaz Iraeta

La realidad volcánica

Pero, adonde yo quiero llegar es a la memoria de la cuna, el período que transcurre desde el nacimiento hasta los tres años, más o menos. De entre todos los recuerdos infantiles, los que dejan una huella más profunda son, precisamente, los que escapan a nuestra voluntad. No podemos recordarlos, porque se formaron en la prehistoria de la conciencia, antes de la adquisición del lenguaje, mientras el cerebro barnizaba en su ser las estanterías de la biblioteca de estar. No están escritos, pero están, y están activos como el magma de un volcán silente y olvidado; sólo los geólogos pueden dar fe de que la orografía sobre la que crecen los árboles, las mieses y la hierba de ese territorio fue esculpida por los materiales volcánicos que arrojó la luz cuando se hizo.

No podemos recordarlos, pero se pueden evocar si algo próximo o cercano a ellos los despierta. Magia simpática: un niño llama a otro niño, una niñería se reconoce en otra. A Jon (Juan Antonio Díaz Iraeta) el carrusel de los cochecitos le llamó y él correspondió con una foto. Se fotografió a mismo en una escena de lejana melancolía: atardecer de cielo encapotado, fiestas de barrio, ama, están abriendo las barracas, me quiero montar.

El carrusel, un ingenio que se inventó siglos ha para el adiestramiento de jinetes lanceros ha evolucionado en una doble dirección y en dos velocidades. La más vertiginosa se utiliza como parte del entrenamiento de astronautas; la menos veloz instruye a niños de tres años, sí, antes los instruye que divierte.

¿Cuántas vueltas serán necesarias antes de que pierda el miedo a no encontrar el rostro querido entre la multitud?

Fotos: J.A. Díaz Iraeta

¿Cuando ustedes montaban en carrusel, qué elegían con preferencia, caballito, coche, moto, cisne o círculo? ¿Círculo interior o círculo exterior?

La tracción primordial del giro

El carrusel, un ingenio que se inventó siglos ha para el adiestramiento de jinetes lanceros ha evolucionado en una doble dirección y en dos velocidades. La más vertiginosa se utiliza como parte del entrenamiento de astronautas; la menos veloz instruye a niños de tres años, sí, antes los instruye que divierte; primero, los asusta para, finalmente, hacerlos disfrutar del miedo superado.

Al fin y al cabo, un carrusel es una máquina y toda máquina sustituye una tracción o conjunto de tracciones humanas. La tracción del giro es primordial. Su importancia rebasa el sinfín de utilidades mecánicas que comenzaron con la invención de la rueda para remontarse a lo astronómico y, desde allí, transcender a lo metafísico. Los bailes en círculo son de siempre, aquí y en el Amazonas, e imitan la sucesión reiterativa de las estaciones, las carreras de la luna y el sol, el ciclo vegetativo de las plantas y el replicativo de los animales en sus fases de nacimiento, reproducción y muerte/regeneración conforme a un espíritu compartido. En el círculo exterior, el último hasta la fecha, giran los humanos junto a sus almas individuales ansiosas por escapar de él. ¿Cuando ustedes montaban en carrusel, qué elegían con preferencia, caballito, coche, moto, cisne o círculo? ¿Círculo interior o círculo exterior?

La primera vez es la fundamental

Un niño en un carrusel experimenta el vértigo de la velocidad amasado con la desorientación y el mareo que ocasionan las vueltas. Sitúese en su primera vez. El carrusel se lo lleva, solo, sin amparo. El que otros pasajeros se hallen en el mismo trance no cuenta, ni añade ni quita nada a su situación, que es única: está perdido. Existe lo externo, una galería de rostros expectantes, tan sonrientes como engañosos porque ninguno está por usted. Al concluir la primera vuelta, regresa al punto de partida donde a medias le alivia la sonrisa de su madre, porque la rueda se lo vuelve a llevar. ¿Cuántas vueltas serán necesarias antes de que pierda el miedo a no encontrar el rostro querido entre la multitud?

Contra la ansiedad que ocasiona distanciarse del seno materno, el carrusel receta la certeza del retorno: regresar a la misma casa tras la jornada de trabajo; comer en familia o ante la televisión; los ritos de la cena, el aseo, las buenas noches; hablar con tu madre, con tu pareja, con tu amante, con tu amiga de chismes, regularmente, en persona, por teléfono, por mensajería instantánea, por chat, por Dios.

Foto: J.A.Díaz Iraeta


El carrusel: la memoria de la cuna by Texto: Jesús Mª Ventosa Fotos: Juan Antonio Díaz Iraeta is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en adesmano.media.

A %d blogueros les gusta esto: