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Viejo verde

¿Por qué quien ama nunca/ busca verdad, sino que busca dicha?/¿Cómo sin la verdad/ puede existir la dicha? He aquí todo. (Alianza y Condena. Claudio Rodríguez)

Hace años que esperaba este momento, creo que toda la vida. Perdí la memoria de cuándo empecé a pronosticar cómo serían con cuarenta, cincuenta años, viejos o ancianos los rostros de las jóvenes que me atraían. Muchas veces no entraba en juego la voluntad, veía una cara, atendía su gesticulación al expresarse y por algún extraño automatismo se me representaba la persona en la imaginación poniendo la mesa de una familia numerosa y yo a su espalda sin otro horizonte que un gran culo sostenido con tirantez por las costuras de una falda violeta. Hoy, que los espejos me devuelven las facciones de quien nunca quise imaginar de frente hace cuarenta años, empiezo a experimentar el erotismo del provecto. Comienza la regresión a la infancia. He salido a respirar al andén mientras espero el transbordo hacia el norte. La estación donde me encuentro, siendo importante, no tiene nombre, y la espera es larga. Llamémosla, por ejemplo, Miranda de Ebro, un nudo ferroviario de siempre, parada obligada de los convoyes en tránsito de norte a sur. Miranda de Ebro es el regreso a la juventud adolescente.

Miedo, exigencia y atracción

Mis experiencias sexuales en la adolescencia fueron escasas, contadas. Todavía, el miedo y la exigencia personal como rumbo hacia los más altos designios practicaban una criba inmisericorde entre todas las posibles candidatas a ser mi pareja. Aquellos años… Sacaba defectos de fachada e interiores a la mayoría de las chicas antes, incluso, de que tuvieran la mínima oportunidad de aproximarse. Lo contrario de lo que hago ahora. Mi ideal de mujer no tenía rasgos definidos, que no fuera gorda y poco más. Era un ideal sentimental misteriosamente predeterminado que iría desvelando a medida que pasaron años y amoríos.

La distancia entre las personas distantes, la mayoría de las veces, no tiene aire. Es necesario oscilar del uno al otro extremo de la pasión para percibir cómo se agita el cierzo del odio en las contrariedades o cómo acarician los céfiros el amanecer del amor (…)

La combinación de miedo, exigencia y atracción daba lugar a largos y profundos merodeos en torno a los rebaños femeninos que apacentaban cerca del nuestro de chicos; largas y profundas observaciones de las vírgenes de Murillo que se aparecían en las vísperas de las festividades locales. La distancia retoca o emborrona las imágenes de nuestro culto por encargo del deseo. Cuanto mayor es la distancia en la adoración, menos parecido guardan las imágenes que talla nuestra fantasía con el modelo real. La distancia entre las personas distantes, la mayoría de las veces, no tiene aire. Es necesario oscilar del uno al otro extremo de la pasión para percibir cómo se agita el cierzo del odio en las contrariedades o cómo acarician los céfiros el amanecer del amor, unos vientos que rolan al sur y queman si el deseo fermenta.

El azar que se entromete

La adolescencia sexual en sus estrenos es el tiempo del galanteo, el tiempo de los juegos de proximidad donde se echa a suertes un roce, un beso, una mano a la que entrelazar. El azar se entrometía sin comprometer. Curiosamente, cuántas parejas más allá de la adolescencia no habrán lanzado la red al cielo de lo avatares para recoger una señal promisoria, una profecía cinematográfica, un premio en la tómbola, sacralizadoras de su unión. En verdad, el celo es un acontecimiento sagrado por más que se lo banalice desde las filas sóloantipatriarcales, y dejará de serlo el día en que la reproducción no necesite la intimidad de un macho y una hembra.

Los enamorados están al mito y a los prodigios. Cómo nos gusta la historia de Adán y Eva, y todas esas pinturas y grabados donde aparecen desnudicos los dos y con vergüenza estrenada ante la voz sobrenatural que habla de dentro afuera, aunque se haya pintado lo contrario por comodidad: y , coged un colchón. Vais a dormir juntos. Si hubiéramos sabido desde un primer momento que el azar, en estos menesteres, rara vez concurre sino es a petición del Gen, habríamos sido más conscientes del mensaje. En circunstancias normales, el mensaje implícito en todo deslumbramiento amoroso es este: Os ha tocado un cheque de encantamiento mutuo de entre 30 y 42 meses para que levantéis un nido y procreéis. La dote de la Diosa del amor es invencible. ¿Quién la iguala? Convierte a dos desconocidos, con frecuencia desiguales o antagonistas, en sujetos recíprocos de amor materno y paterno filial. El uno daría la vida por la otra. Desafortunadamente, no siempre existe tal correspondencia. La Diosa no dispone el mismo ajuar para todos y como Cupido tiene una venda en los ojos dispara flechas al buen tuntún que no distinguen ricos de pobres, y entre éstos quién será un buen administrador y quién dilapidará la herencia.

La sexualidad masculina embestía a la mujer como toro corniveleto cuyo pitón derecho hería a las que se arrimaban mucho, mientras que el izquierdo dejaba en evidencia a las que no se arrimaban nada.

Mirar a voces

La adolescencia sexual es el tiempo en que se aprende o no la importancia del requiebro, del lenguaje corporal, del mirar sin ser visto y del mirar a voces, de la ducha y del cambio de muda diarios. Surgen apremiantes preguntas existenciales: ¿Yo, en realidad, cómo soy? ¿Hay algo en mí que dé asco? Si ella es perfecta y lo va a ser todos los días y a todas horas hasta el Día del Juicio, tú no puedes cagarla. Ella aún no ha aprendido a atraer o repeler a discreción, cómo administrar el descaro o el recato, si se le notarán en la cara los complejos, tener mucho o poco pecho y el dedo meñique del pie montado. Y él no está seguro de caer bien o mal, de si en el santoral cinematográfico se parece más al héroe o al villano, de qué le favorece o desfavorece, si la camiseta o la coleta. ¿Que será mejor, ser juicioso o impetuoso?

El cortejo adolescente en los últimos años de la represión franquista y católica, y en los anteúltimos de la patriarcal, que fustigaba por igual a diestra y a siniestra, estaba diseñado para el matrimonio. Se valoraba el compromiso a largo plazo y la exclusividad o fidelidad conyugal. La sexualidad masculina embestía a la mujer como toro corniveleto cuyo pitón derecho hería a las que se arrimaban mucho, mientras que el izquierdo dejaba en evidencia a las que no se arrimaban nada. La tauromaquia del cortejo femenino se bordaba encajando la acometida del astado por la testud a la manera del forcado lusitano. Por seguir con el símil taurino, aprovechando que la Fiesta aún sigue viva a golpe de corazón, podrían distinguirse dos tipos de embestidas, la del que entra a todo lo que se mueve, traicionero, peligroso, carente de fijeza, y la noble, que se arranca sólo cuando hay cita de por medio y humilla en los volantes del capote y en la faldilla de la muleta.

La fama y la reputación

La fama en la adolescencia llega antes que la reputación. Todavía estás creciendo o se supone, todavía cursas secundaria o COU, todavía no trabajas y no tienes porqué estar comprometido en un emparejamiento infalible. La fama te la ponen los otros; ésta la puedes discutir, que si son las otras quienes en conciliábulo de Águedas te la ponen, puede ocurrir que tú vayas por un lado y tu fama por el contrario espantando mozas hacia las talanqueras.

Un adulto en construcción es una obra incierta. Se paga o se confía en el logro a la vista de los planos y por anticipado. Las relaciones entre imberbes y chicas aún por depilar se planteaban a futuros. Es lógico que se hicieran ilusiones. Las primeras veces, aquellas en que la distancia no llegaba a ser tan corta como para forzar una confesión de amor blanca y perfumada de azahares, las ilusiones ocupaban el cien por cien de la prospectiva. Los enamoramientos se alimentaban en la fogata oculta de los conjuros, de tan torpe brujería que al calor de ella terminaba calentándose un rival. Las primeras veces siempre fueron, ayer y hoy, las mejores, modelos eternos; y los enamoramientos de las primeras veces los más fantasiosos, inasequibles a la frustración aun frustrados.

Cuánto tiempo no habré dedicado a convertir en alimento del resto de los sentidos lo que mis ojos han visto.

Tristán e Isolde, amantes excepcionales

Como se dice que a la fuerza ahorcan, a la fuerza hemos aprendido los donceles de nuestro fracaso amoroso habitual, consustancial, añadiría. No hay razones que apacigüen cuatro días la impaciencia del celo juvenil, sólo la fuerza. Sólo la fuerza y sólo los años sirven de lección y de resarcimiento. A la guapa se la llevó un coche de alta gama y al guapo que conducía otra guapa, el sobrepeso y una vejez prematura. Los dolientes acabamos convirtiendo el cortejo prolongado en requisito sublime de la mejor arte amatoria. Acabamos ocupando el lugar del madurito interesante que examina para nota a las mujeres precoces. Aprendimos que la diferencia entre un amante corriente y un amante excepcional, o entre un polvo y un éxtasis de romanticismo por capítulos, es la que existe entre el Roxanne de The Police (elijan la suya) o el Yolanda a dúo Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, y el Tristán e Isolda de Richard Wagner. Aquellas duran tres minutos y ésta tres horas y media en cantidad y calidad.

La fijeza. Cuánto tiempo no habré dedicado a convertir en alimento del resto de los sentidos lo que mis ojos han visto. Una mirada mía advertida encuadraba la ilusión en un espacio, la liberaba del sueño al recuerdo. Una mirada correspondida en su sorpresa, rubor, admiración, avergonzada en su descaro y por eso hurtada al punto, pero en cálculo de una nueva oportunidad, penetra en ti como exhalación en pozo de tormentas. Miradas ha habido de éstas que pusieron el agua a hervir y todavía dieron para alumbrarme chirivitas durante horas.

En realidad, yo ya estuve en Miranda de Ebro a su debido tiempo esperando trasbordo hacia el Sur y tomé el tren que pasó por los apeaderos de Burgos y Valladolid, y que hizo paradas en Salamanca, Jaén, Granada, Málaga, Sevilla y hasta Melilla, que empecé con idas y retornos, luego un largo período en Madrid donde no estoy muy seguro de haber encontrado mi centro, para volver ahora irremisiblemente hacia el Norte.

El erotismo en la edad provecta

El erotismo en la edad provecta de este que la empieza y les escribe repite el cortejo adolescente desde la experiencia, que aporta la seguridad ausente entonces en la conducción del cortejo y unos frenos mucho más eficaces, de última generación. Mientras que esa gente titulada, dicen, en gerontología por alguna universidad confesional va por ahí predicando el kamasutra para viejos entre viejos, yo me aplico al erotismo de toda la vida. Me confieso a este respecto conservador: me gustan las mujeres jóvenes. Son las que mejor despiertan el genio dormido del celo y lo despiertan sin enojo ni pereza. Despiertan la pasión con las ensoñaciones fantásticas de los veinte o de los treinta, lo cual es un milagro.

Fuera de hacer el ridículo o de ser la irrisión, la alternativa al celibato en la decadencia se encuentra en el regreso al erotismo adolescente, al que nunca se consuma.

Quiero precisar qué entiendo aquí por fantasía, porque hay gente muy perversa que no sale de su diccionario temático. Las principales fantasías o ilusiones de la embriaguez amorosa son la realización plena junto a la persona amada (Yo, el Amadís de Gaula; tú, la reina de las Amazonas; juntos, Júpiter y la Diosa Blanca); la victoria frente las inclemencias del tiempo; la ilusión de permanencia a través de la potencia reproductora (La mejor suite nupcial, una isla desierta con palmeras) y, en fin, una sensación de poder como nunca antes, como si hubieras matado.

¿A quién pretenden engañar o consolar las gerontólogas de la caricia en la flácida cosa o de la mamadita con la luz apagada mientras te pongo el lubricante vaginal? Razones, razones, sí, hay un millón de razones para frenar en seco, si quien te gusta tiene veinte o treinta años menos que tú. Ellas y sobretodo sus madres esperan que te sepas comportar. La sociedad provinciana es muy estricta en los permisos, así que cuidado, puedes hacer el ridículo siempre, la irrisión envidiosa sólo si eres pensionista de la función pública y tu joven pareja una huerfanita sacada del barro.

Fuera de hacer el ridículo o de ser la irrisión, la alternativa al celibato en la decadencia se encuentra en el regreso al erotismo adolescente, al que nunca se consuma. Lean Muerte en Venecia o vean la película, sutileza intelectual o sutileza carnal. Saquen partido a la pandemia e inféctense del coronavirus. Italia ha cerrado sus fronteras, pero no dirán que nos faltan escenarios; nos sobran, y los hay para todos los bolsillos, desde las lagunas de Villafáfila (Zamora) hasta el balneario de Igeretxe en Algorta (San Sebastián está muy visto. Esos viejitos excéntricos que se bañan en La Concha con braguita y en invierno le van a emborronar el idilio).

Viejo verde. Pensaba que era un menosprecio, un insulto, pero es una calificación exacta mal que nos pese lo de viejo, y un cumplido. Quiere decir que todavía reverdecemos en la primavera humana, que es la primavera de Bilbao, la que uno elige, la permanente. Hace poco lo cité, no me importa, vuelvo a Machado:

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
[1] Fotos(A Desmano). De la exposición de esculturas en yeso inéditas de Joan Miró en la Casa del Sol (Valladolid, de septiembre de 2019 a marzo de 2020): 1. Têté (cabeza). 1978. Modelo en yeso con grafismos a rotulador del artista). 2. Femme (mujer). 1978. 3. Maternité (Maternidad). 1973. 4. Femme-oiseau (Mujer pájaro). 1974. 5. Personnage (Personaje). 1982. 6. Venus de Vienne. Arrondelle, 1889. Vaciado en yeso. La figura del diablo en madera policromada es un anónimo del siglo XVII, que forma parte de la colección permanente del Museo Nacional de Escultura (Valladolid).


Viejo Verde por Texto y fotos: Jesús Mª Ventosa Pérez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Basada en una obra en adesmano.media.

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