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El qué dirán

    Verán. Yo es que acabo de incorporarme al sector turístico y a mí, antes de esto, no me importaba el qué dirán. ¿Qué dicen…? ¡Pues que digan! ¿Y qué dice? ¿Y quién lo dice? Y a las dos preguntas respondía poniendo de vuelta y media a la voz murmuradora, porque la mala fe nunca tiene razón, como yo digo, y que cada cual barra su casa y deje la paja en el ojo ajeno cual está, que si está será por algo que a esa persona no le importa. ¿Qué dicen…? ¡Pues que digan!

    Pero ahora es diferente. Ayer leí en El Norte de Castilla que el sector turístico ya es la industria que más empleos crea en España, y que hay más de 2.600.000 personas dedicadas a servir. Son cifras oficiales. Yo estoy entre las “más de”, porque ni cotizo a la S.S., ni pago impuestos, ni tasas, y que siga así; o que suban los precios; al doble. Siendo nuevo en esto, tampoco me iba a meter campando por mis respetos. Verán. Mi casa, que no es casa sólo mía, no les voy a explicar porqué, tiene dos dormitorios libres. Los he puesto en alquiler para estancias breves. Una habitación individual, una habitación doble y la opción de suite, que es la habitación doble con gabinete o salita de estar, balcón y televisión de cuarenta y dos pulgadas. La salita tiene más entretenimientos, aunque lo principal es que se puede ir de la televisión al balcón y del balcón a la televisión sin moverse de la cama. Hay que mover el culo, como mínimo estirar el pescuezo, pero yo lo he puesto así en el anuncio, porque la publicidad no es un informe técnico, cabe la lírica. Sin moverse de la cama. He aquí la clave y el gancho. A la gente le gusta sentirse un mandarín cómodamente tumbada observando a los demás de pie metidos en sus quehaceres.

Que las mujeres jugaran al fútbol hace sesenta años daba mucho que hablar. (Foto A Desmano)

Hay que llegar muy matao, muy matao, a una ciudad para tirarse en una colchoneta dentro de un cuarto con literas para viajeros de otro nivel. Tú en el suelo y otros dos sobre ti roncando y tirándose pedos.

El Rinconcito de Encarni y la mala fama

    Ahora soy de Airbnb y de Booking. Son mis oficinas de contratación, las dos se dan un aire, sobre todo la primera que significa colchón hinchable and desayuno, como queriendo decir que en posesión de esas dos cosas tan sencillas ya puedes empezar a trabajar por tu cuenta. No se equivoquen. Hay que llegar muy matao, muy matao, a una ciudad para tirarse en una colchoneta dentro de un cuarto con literas para viajeros de otro nivel. Tú en el suelo y otros dos sobre ti roncando y tirándose pedos. ¿Precio?, digamos que siete euros.  Luego estás tú. Le tienes que dar de desayunar, toalla para la ducha y ahora que te dejen el desagüe bien poblado de pelos que va perdiendo el turista, largos como la melena de un Ecce Homo.

Podría pensarse que los negocios cutres no admiten valoraciones, que no digo que el mío lo sea. Tampoco es un resort, mal que les pese a cierto tipo de huéspedes. Hay cierto tipo de huéspedes que no se enteran, dejan volar su imaginación. Miran el precio, miran las fotos y enseguida lo deciden: Este es el spa que andaba buscando. Al final, todos opinan, todos te sorprenden y cada uno dice lo que le da la gana. Da igual que tu alojamiento esté en una barriada o en el centro y que las cucarachas y tú lo limpiéis a  diario. A usted o a mí, en nuestra calidad de huésped, también nos puede dar la ventolera. El cutre que pernoctó en El Rinconcito de Encarni, en vez de salir dando gracias a Dios, coge el fusil y dispara, para la posteridad: Mu mal la experiencia. Dice que está a quince minutos del centro y son veinte y en autobús. Lo desaconsejo. La soñadora exquisita metió en la maleta unas sales de baño del duty free para darse el gusto en su habitación interior con cama individual por catorce euros. Nada más hacer el chek-out va y desarrolla una teoría: Alojamiento céntrico, pero triste. Falta luz, faltan elementos decorativos y baño exclusivo. El dueño se mostró amable y se esforzó con mi maleta hasta el aparcamiento.

El prestigio se adquiere o se pierde; la mala reputación se gana, que es el haber que le salió a mi amiga de lo cutre en su cuenta de resultados.

Una de las bañistas duda de que el escote de su bañador pueda parecerle a alguien demasiado fresco. (Foto A Desmano)

Recibir vestido para el vermú

    Está bien pensado que haya varios contratistas de alojamientos on line. El qué dirán puede acabar con tu negocio de la noche a la mañana en Airbnb, por eso se agradece tener la opción de cambiar a Booking. Caso contrario, habría que declarar concurso de acreedores y a estos no les quedaría otro remedio que rifarse la colchoneta. El prestigio se adquiere o se pierde; la mala reputación se gana, que es el haber que le salió a mi amiga de lo cutre en su cuenta de resultados. Oiga, todos tienen derecho a una segunda oportunidad. Lo he leído en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en “Doce del patíbulo” (E.M. Nathanson). Y lo cierto es que ella la aprovechó y ahora le va fenomenal en Booking con su nuevo alojamiento, El rincón de Encarnación.

En la España de los años sesenta del siglo XX, las mujeres no fumaban, se atrevían a fumar. (Foto A Desmano)

    Yo también soy más de Booking que de Airbnb. Se llevan una buena tajada, pero también me mandan el triple de clientes. Todos los días llegan unos y parten otros. Todos los días recibiendo; despidiendo, menos. Despidiendo menos, porque sí. Hay cortesías que cargan o que confunden. Vayan a pensar y acierten que cuanto antes se vayan, antes ventilo. Tampoco quiero preguntarles qué tal pasaron la noche, esa es la verdad. Despido a los que tardan en dejar la habitación. Pero sí, recibir sí recibo, solícito y amable, vengan a la hora que vengan, vestido como si estuviera a punto de salir para tomar el vermú. Les muestro la casa, enciendo las lámparas del techo para que las vean con los brazos abiertos, los cristalitos tallados titilando, abro y cierro despensas, alacenas y cajones: aquí, los juegos de toallas. En el taquillón del hall tengo la oficina de turismo, mapas, callejeros, guías y las llaves de la casa, se abre así, probad, no quiero causaros la molestia de tener que levantarme a las dos de la mañana, ha sonado el timbre de la puerta.

    La cocina y el baño son compartidos. Lamento no poder ofrecer spa. Esto es una casa decimonónica que puso retrete cuando en muchas casas de la ciudad se arrojaban los orines por la ventana. Conservo dos orinales, uno lo tengo rehabilitado, ya se imaginarán porqué. Baño compartido y habitación con derecho a cocina, un derecho que yo pierdo en favor de los huéspedes. No es cosa baladí. Empecé comiendo y cenando a conveniencia, en horarios que no estorbaran, menesteroso de mi propia sopa boba. Pronto, me vi haciéndolo a hurtadillas. La gente que viene a darse una vuelta por el casco pasa de horarios y hace bien. Ahora, como o ayuno según vengan dadas. He aprovechado para hacerme analíticas de males imaginarios. Cuando llegue la Cuaresma, mi estómago vacío ganará sus buenas indulgencias en las adoraciones nocturnas de la catedral.

Haberse confesado y comulgado ungía de credibilidad. La murmuración a la puerta de la iglesia o era de buena tinta o emborronaba el alma.

Monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid, cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, a las puertas de la catedral vallisoletana poco antes de iniciarse la procesión del Domingo de Ramos 2019. (Foto A Desmano)

El qué dirán global

    Soluciones antiguas para problemas modernos. El qué dirán fue el Gran Hermano de las pasadas centurias. Las redes sociales eran otro tipo de redes tirando a material de cáñamo que lanzaban las mujeres con redecilla en el pelo a la salida de misa. Haberse confesado y comulgado ungía de credibilidad. La murmuración a la puerta de la iglesia o era de buena tinta o emborronaba el alma. Estando tan cerca el Altísimo, bellaquerías ni de broma. Las redes se tendían a secar en los patios o en la era y, mientras tanto, podíase desenvolver el aparejo en las colas del mercado, en los portales o en los lugares de paso, que era donde mejor se señalaba con el dedo puesto en la nariz: Mira, mira, la mosquita muerta. Otro modelito. Gasta más en vestidos que la Familia Real. Cada corrillo tenía su voz cantante, algo parecido a lo que las panolis de hoy en día llaman influencer.

    La cuestión del qué dirán ha vuelto a la aldea global. No se había ido del pueblo que aún guardaba los lutos, de la barriada mientras fue impermeable a la inmigración, de los viejos de los cascos viejos, ni de las peluquerías “Roxy”. Pero regresó profesionalizado a las cadenas de televisión. Hay profesionales del qué dirán en todos los media y redentores de la malicia social, trabajadores autónomos, que se prestan al escarnio público y a montar el cristo en los platós. Por lo demás, cualquiera que disponga de un perfil con foto en internet sabe que se presta voluntariamente al qué dirán, afanosa e interesadamente, desesperadamente, patéticamente. Hay de todo, incluidos altos cargos que incurrieron en alcance para pagarse una campaña de qué dirán estupendamente favorable.

Hay que barnizarlo con atenciones de toda laya, porque un huésped bien barnizado será benévolo frente a las carencias del alojamiento y el día de la evaluación nos puntuará con propina.

Hay que barnizar al huésped según entre en el mismo hall de la casa. Hay que barnizarlo con atenciones de toda laya, porque un huésped bien barnizado será benévolo frente a las carencias del alojamiento y el día de la evaluación nos puntuará con propina.

Una persona, una opinión

    A mí lo que más me preocupa es el qué dirán de mis habitaciones en alquiler. Ejercer de casero no basta, recibir con un apretón de manos se queda corto. Hay que ser anfitrión y organizar un vernissage cada vez que llega un estimado cliente. Me gusta la palabra vernissage. Un(a) vernissage es el agasajo público que el galerista y el artista hacen personalmente el día inaugural de una exposición. Vernissage primero significó “barnizar”. Hay que barnizar al huésped según entre en el mismo hall de la casa. Hay que barnizarlo con atenciones de toda laya, porque un huésped bien barnizado será benévolo frente a las carencias del alojamiento y el día de la evaluación nos puntuará con propina.

    Esto digo, y como no quiero quedarme corto añadiré que bien está que publiquen los que venden qué clase de mercancía venden y los que pagan si lo que compraron fue conforme a lo pregonado y a satisfacción. Antes de la globalización de las comunicaciones, del comercio y de los servicios, qué país no disponía de un qué dirán propio y diferenciado. Sin embargo, me temo que todos han compartido rasgos comunes: el ser popular, anónimo, innoble o el ir dirigido, más que a desarbolar, a la línea de flotación personal. De uno pueden hablar de mil maneras, mi fama es un globo que hinchan o pinchan los demás. El intríngulis de El qué dirán es que siempre ha tenido connotaciones peyorativas, representaba el peligro de estar expuesto a opiniones bobas, interesadas, malintencionadas y hasta criminales: la calumnia. A veces, una chispa desataba un incendio que se apagaba o no. Unas lo achacaban al rayo divino y otros al chisquero. Mientras tanto, el pirómano asomado a la ventana. Este riesgo persiste hoy. Todas las opiniones valen lo mismo al calor del principio Una persona, un voto, sean de persona conocida o anónima. A veces, el anonimato consiste simplemente en ser uno de tantos con perfil real o ficticio, en ser jordana y opinar en inglés o en ser ruso y argumentar en cirílico por qué ha puntuado 6,5. Los que no opinan son la abstención, nunca aparecen. Un restaurante puede estar lleno todos los días y, sin embargo, tener un empate de contentos y descontentos declarados en una app de restauración. Y esto sí que no es.


El qué dirán by Jesús Mª Ventosa Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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