Carta a un amigo

Querido amigo: ¿Has olvidado cómo era escribirnos cartas a mano alzada? Escribir suponía una comunicación cordial, literalmente (te remito al diccionario). Sabíamos que con la escritura dibujábamos un electrocardiograma de nuestro ánimo en el momento, el bajo ostinato sobre el que las palabras cantaban corales a varias voces. Ni en ti, ni en mí resultaba extraño que consumáramos este acto mientras un radiocasete con música clásica soplaba el cigarrillo que ofrecíamos en el cenicero a las ánimas para que no faltara nadie en aquella soledad escenificada. Cuando nos sentábamos a escribir cartas con pretensiones literarias, escribíamos para gran auditorio siempre. Tú componías el tuyo y yo el mío a fin de que ambos fuéramos respectivamente los únicos espectadores corpóreos. Todo lo demás sucedía en el escenario; todo lo que puede aparecer en sueños era llamado a escena.
Elegíamos punta de pluma, estilográfica o plumín, o punta de bolígrafo, llamadas también a ser pincel, buril o batuta. Cada una rasgaba el folio de piel Galgo con armónicos característicos; cada cual sugería una forma de fluir a la tinta; la tinta, azul marino o negra, recibía el encargo de representar prosopopeyas de nuestros fluidos vitales. Eran, por tanto, el lugar de la conferencia, la ambientación, la hora – habitualmente, nocturna – y los instrumentos de escritura seleccionados con una delectación de fe incluso mágica. Era, aquella nuestra de las cartas una comunicación de interior a interior, todavía no eléctrica – dedito primate y botón – ni de ínfulas telepáticas como las de ahora; era una comunicación muy orgánica, de plaza de mercado, de casquería a carnecería con verduleras a los flancos y la panadera enfrente sacando pecho de leche.

Una carta escrita a pulso y púa valía lo que un plato de comida casera y maternal cocinada a fuego lento.

Pobjemas I a VIII (Autor: J.M.V. Fotos A Desmano)
Entonces, la carta oficial, la administrativa, la pedante o la de la tía virrocha* titulada en mecanografía se escribían aún golpeando teclas de Olivetti, original y copia en papel carbón. A los amores de la rama que fueran se les regalaba tiempo en exclusiva, se les regalaba con tiempo personal que no penetraran llamadas a la puerta o al teléfono, el tiempo que podía tardarse en escribir una carta a mano. Una carta escrita a pulso y púa valía lo que un plato de comida casera y maternal cocinada a fuego lento. Hoy, valdría…, nada. Iba a decir que valdría una comida en un restaurante «michelines», pero no se puede comparar. La gastronomía actual va a morir de excelencia y de ridículo convertida en Bellas Artes. La escritura morirá sólo de excedente. El huracán digital le está pasando por encima levantando los tejados y reventando cristales. De ventana a ventana el aire sólo encuentra oquedad. La escritura está en proceso de reciclaje, quedará hierática, en carcasa, reducida a trazo, a borrón, a señal de código metalingüístico.


Ayer, querido amigo, te afligías porque tu mensaje electrónico, tu inodoro, incoloro e insípido mensaje electrónico no cumple lo que promete, llegar y ya volver con la respuesta.
Ayer, querido amigo, te afligías porque tu mensaje electrónico, tu inodoro, incoloro e insípido mensaje electrónico no cumple lo que promete, llegar y ya volver con la respuesta. Una carta entregada a la posta podía tardar dos, tres, cuatro, siete días, ponle sellos y sellos, dale propina al cartero, según fuera pueblo, ciudad, hubiera o no mar u océano por medio. Las cartas nuestras llegaban después de haber viajado y pasado de tampón en mano, a veces sucias, a veces pisadas, por dónde, por quién, a riesgo de haberse perdido para siempre. Tú y yo nos preguntamos por qué, mensaje instantáneo, si prometes instantaneidad, no vuelves instantáneamente con la respuesta requerida; si grito ¡fuego!, con un camión de bomberos; si digo ¿te quieres casar conmigo?, con un sí y un formulario para el banquete de bodas. Porque si te retrasas un minuto, mensaje, será que lo estarás pensando; si te retrasas tres, estás tardando con la respuesta, mira qué bien o mira qué mal dirás cuando bastaba un sí o un no. A partir de los cinco minutos y sus múltiplos en adelante, la impaciencia comienza a provocar alucinaciones paranoicas. En una de las peores, te ves prisionero dentro de un reloj de arena, dentro de una tormenta de arena, dentro de la boca masticando granos de arena.

Twiter va muy bien para misivas en jerga bilinglish y en pocas palabras. Tú eres poeta. Escribe un haiku que no entienda ni dios y lo publicas con el hast¡agg! #notesoporto.

¡Coge el teléfono y llama, coño! Te va a saltar el contestador automático. Envía un sms, que como ya no se estilan vas a perder el tiempo pero, al menos, tendrás una explicación. Cambia de mensajería, el silencio volverá a ser la respuesta. Cuelga en Facebook un vídeo de Lucho Gatica, ese que dice: Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer. Ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez. Déjalo caer, que llegará a su destino, no seas orgulloso. Alguna de tus amistades se choteará de ti y te llamará antiguo, pero da igual. Cuando uno ama, tiene que hacerse a los cargos de que más de una vez rozará el ridículo. Twiter va muy bien para misivas en jerga bilinglish y en pocas palabras. Tú eres poeta. Escribe un haiku que no entienda ni dios y lo publicas con el hast¡agg! #notesoporto. Y si ni con estas consigues respuesta diez minutos después de haberle enviado el primer mensaje, mi consejo, querido amigo, es que subas a Instagram una foto tuya amañada bebiendo de un coco con pajita junto a dos hawaianas de Bolivia (esas que llevan bombín) que te ponen el piquito en los carrillos. Esto no falla. Tú sabes que a las mujeres se les gana por la gracia. El marido perfecto hacía reír cuando la esposa tenía ganas de broma y daba motivos de enojo cuando ella necesitaba desahogarse: ¡Y tú de qué te ríes, payaso!
*Virrocha. f.: Localismo del municipio de Guecho (Vizcaya) utilizado para señalar a la mujer soltera y adinerada que se queda para vestir santos.

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